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Comunitat Cristiana Sant Pere Claver del Clot

Quaresma II: Austeridad y silencio



Cuando pensamos en la cuaresma, inmediatamente vienen a nuestra mente algunas palabras que desde el Miércoles de Ceniza se nos van a recordar. Así, en un listado rápido de conceptos que aparecen en la liturgia durante las semanas cuaresmales, hablamos de ayuno, oración, limosna, tentación, la necesidad de conversión, el desierto, el seguimiento de Jesús camino de Jerusalén, el conflicto... Todo ello encuentra su sentido estas semanas. Y nos ayuda a entender un aspecto de nuestra vida de fe y nuestras huellas tras las de Jesús. Si en Adviento esperamos, en Navidad acogemos la buena noticia, en Semana Santa compartimos la Pasión y en Pascua nos alegramos con la resurrección, la Cuaresma es el tiempo de caer en la cuenta de que el seguimiento de Jesús no es un camino de rosas. Que a menudo nos vamos a encontrar con la dificultad, una cierta aspereza y la necesidad de tomar en serio su llamada y orientar nuestros pasos en direcciones no siempre fáciles.

 

Y esto, ¿cómo se vive en el día a día, en nuestras familias, en nuestros hogares? Probablemente los mismos conceptos que he señalado tienen una traducción directa, y si se entienden bien, hay espacio en lo cotidiano para ayunar de lo superfluo, para orar más, para darnos a quien nos necesita, luchar contra nuestros demonios, e ir dejando que el evangelio nos convierta. Propongo expresarlo con dos conceptos que me parecen casi contraculturales hoy, y sin embargo cada vez más necesarios y cuaresmales.

 

El primero es el de austeridad. Vivimos en un mundo en el que la abundancia es casi un imperativo. Y si echamos algo en falta se interpreta como fracaso. Nadamos en la abundancia, no únicamente de productos que consumir, sino de información, de experiencias, de relaciones y estímulos... Es lo que ocurre en un mundo regido por un deseo ingobernable, furioso, exigente... Pues bien, ¿por qué no despojarse -hasta donde uno pueda- de tanta voracidad y elegir la austeridad vital por unas semanas (que ojalá sean escuela para la vida)? Austeridad que ha de traducirse en menos consumo, en posponer los anhelos sin exigir que se satisfagan de inmediato, y en más gratitud al pararte a caer en la cuenta de todo lo que otras veces das por sentado.

 

La segunda propuesta, que va en paralelo con la anterior, es la del silencio. En este mundo ruidoso cada vez hay menos espacio para escuchar la voz de Dios (y la voz del prójimo). Vivimos al tiempo hiperconectados, y aislados. Todo el día navegando por vidas ajenas, pero sin encuentro real. Constantemente comunicándonos, pero sin espacio para la verdadera escucha o para una comunicación de calidad entre nosotros. El silencio que propongo no es un silencio vacío. Es acallar tanto ruido para que las palabras tengan más sentido. Es buscar un poco de desconexión virtual para cuidar la conexión personal. Quizás esta cuaresma pueda ser el tiempo para las conversaciones pendientes que nunca encuentran el momento. Para compartir la vulnerabilidad. Para ponerle nombre a lo que somos en este momento de la vida. Porque, haciéndolo, empieza la conversión, que la mayoría de las veces no es un giro de ciento ochenta grados, sino crecer por dentro, para que la vida cambie, también por fuera, y a mejor.

 

¡Buen camino de cuaresma!


José María Rodríguez Olaizola, sj

Sociòleg, Teòleg

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